Comentario
El golpe militar de septiembre de 1930 liderado por el general Uriburu puso fin a un largo período de vigencia de las instituciones democráticas y permitió la restauración de la república conservadora, que abriría las puertas a uno de los mayores y más típicos movimientos populistas de América Latina: el peronismo. Para algunos observadores de la época el período de 1930 a 1943 era sinónimo de fraude electoral y de corrupción política y fue denominado popularmente la "década infame". Más allá de lo anecdótico se puede decir que buena parte de las instituciones democráticas funcionó durante esos años, que se mantuvo la división de poderes y que las dos cámaras del Poder Legislativo cumplieron de forma decorosa su papel de control del Ejecutivo. El tono catastrófico que se le dio al período se agudizó por la difícil coyuntura de la Gran Depresión y por la contracción de las exportaciones y de las importaciones.
Como señala Carlos Floria, el golpe militar era bicéfalo. El ejército y sus apoyos políticos se dividían entre los partidarios de un régimen corporativo de inspiración fascista que urgía la reforma constitucional, encabezados por Uriburu y que fueron los que inicialmente se impusieron; y los que sólo buscaban restaurar el orden constitucional dañado por las prácticas yrigoyenistas y convocar a elecciones lo antes posible, que contaban con el respaldo del general Agustín P. Justo. Inicialmente el golpe tuvo un fuerte respaldo popular, dado el descrédito del gobierno de Yrigoyen y la polarización de la sociedad argentina. Pero ante la actuación del nuevo gobierno, especialmente en lo referente a libertades públicas y políticas, el consenso se perdió rápidamente. Al poco tiempo de estar en el poder las fuerzas en el seno del gobierno provisional se reacomodaron y las tendencias totalitarias fueron desplazadas por los seguidores del general justo, antiguo ministro de Guerra de Alvear y representante del sector liberal del ejército, que se negaron a reformar la Constitución.
Justo ganó las elecciones de 1932, ante la abstención radical, al frente de la concordancia, una coalición de conservadores, radicales anti-personalistas y socialistas independientes (un desprendimiento liberal del Partido Socialista). Su contrincante fue Lisandro de la Torre, el candidato de una coalición de socialistas y demócratas progresistas (centristas), que aspiraba a recoger el voto del descontento, mayoritario en los sectores urbanos. Justo aumentó el papel regulador del Estado. Sus principales objetivos fueron la recuperación del sector exportador y la reactivación del mercado interno impulsando las obras públicas (construcción de caminos y elevadores de granos). Uno de los objetivos de Justo fue mantener abierto el mercado británico, vital para la Argentina, amenazado por los acuerdos de Ottawa, que permitían a las carnes australianas y neozelandesas, de menor calidad y más caras, desplazar a las argentinas. Su gobierno negoció con el británico el Tratado Roca-Runciman, que garantizó una parte importante de la demanda británica, a cambio de una serie de contrapartidas muy favorables a los intereses ingleses en la Argentina.
La política contemporizadora de Justo no quiso, o no pudo, acabar con el reducido, pero creciente, grupo de oficiales que pensaba que los militares debían jugar un papel decisivo en la política. Esta idea se alimentaba en el desprecio militar hacia los políticos y en creerse la reserva moral del país, lo que tendría funestas consecuencias para la estabilidad del sistema democrático. El radicalismo pudo superar sus divisiones gracias al liderazgo de Alvear y proyectarse nuevamente en la vida política. Tras comprender que su estrategia era equivocada, los radicales retornaron a la lucha electoral en 1935 pero su triunfo en los comicios provinciales de Entre Ríos y Córdoba, convencieron al oficialismo a contrapesar la mayoría radical con el "fraude" patriótico, lo que permitió el triunfo conservador.
En 1938 asumió la presidencia un radical antipersonalista, Roberto Ortiz, que intentó pacificar el clima político, tratando de eliminar el fraude electoral. La mayor transparencia en los comicios permitió a los radicales ganar la gobernación de Buenos Aires, el distrito electoral más importante. Cuando todo indicaba que Ortiz lograría sus objetivos, tuvo que renunciar por una grave enfermedad. A su muerte, el vicepresidente, Ramón Castillo, un conservador autoritario, recuperó las prácticas fraudulentas e interpretó la neutralidad argentina en la Segunda Guerra Mundial como una señal de apoyo a la Alemania nazi. En las filas conservadoras Justo elevó su voz contra estas prácticas y reclamó la vuelta a la democracia y un mayor apoyo a los Estados Unidos.